Anaquel

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JEP: la calidez de la palabra

Por Omar González-García

Al conversar –cuentan los que tuvieron la fortuna de escucharle— tenía la sencillez del erudito. En su obra escrita la palabra alcanzaba una calidez que para sus lectores lo hacía cercano, entrañable, amado. Frente a la pirotecnia oral y escrita de Carlos Fuentes y la ironía intelectual de Carlos Monsiváis, su amigo cercano, José Emilio Pacheco era un oasis: “Avanzo, doy un paso más, /miro de cerca el infierno. /Muere el día de septiembre/entre la asfixia y los gritos” (Las ruinas de México).

Nacido en la ciudad de México, Pacheco poseía una íntima vinculación con el mar.  La reflejó en El principio de placer, ese retrato puntual de una sociedad cerrada e hipócrita que acababa en las playas veracruzanas de Mocambo, el epónimo balneario donde Jorge, un adolescente capitalino, descubre una doble traición. La misma sociedad donde una viuda venida a menos y pianista fracasada, desprecia al marido de su sobrina, un capitalino que ejerce la crónica deportiva, mientras la discordia crece hasta el paroxismo narrado en Paseo en el lago: El Papaloapan, el río como escenario de la ruptura inevitable.

Recordado por el siempre memorable Inventario que cerraba con sus iniciales: (JEP), Pacheco fue también un estudioso de la literatura mexicana y universal en tanto que dueño de una erudición formada a base de leer y escribir de forma inimitable. En ese sentido, Pacheco abarcó, como Alfonso Reyes, una amplia gama de intereses. No de balde es considerado un notable polígrafo de quien Jorge Luis Borges, habría podido decir lo mismo que de Reyes: “…la indescifrable Providencia/que administra lo pródigo y lo parco/nos dio a los unos el sector o el arco, /pero a ti la total circunferencia”. Era, a mayor abundamiento, un poeta admirado por Ricardo Piglia que reconocía en él prendas inobjetables.

Traductor, ensayista, narrador, poeta, Pacheco ejerció todas las formas de la palabra escrita con calidez y precisión. Como conferencista, su natural era lo mismo el humor que la erudición. La segunda era una extensión de la cercanía que desarrollaba con todos los públicos. De Los elementos de la noche al Premio Cervantes en 2009, Pacheco construyó una obra deslumbrante. De toda ella, su poesía perdura inmarcesible mientras hombres, países, sociedades, caen en los abismos de una noche que ya no tiene fin: “Morimos/con el siglo que se desangra. A la mañana siguiente, sin embargo, perdura la poesía: Lo único de verdad nuestro es el día que comienza” escribe en La plegaria del alba.

José Emilio Pacheco se hizo a la mar eterna el 26 de enero de 2014 luego de escribir un Inventario que recordaba al también poeta Juan Gelman. Tenía 74 años. En el acercamiento a su obra se descubre la calidez con que se delinean los mundos que habitan a los escritores dejando en la memoria de sus lectores una lámpara votiva que es, a la par, llama tenaz y palabra cariñosa.

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